SE HA DE SABER DEJAR MARCHAR

Hará unos días estaba sentada en mi terraza mirando a mi pez. Pensaba en como había pasado todos los otros veranos y solo se me venía a la cabeza una palabra: trabajando. Pero no en un lugar aburrido y horrible sino en un lugar ameno, lleno de responsabilidades pero también muy fructificante y divertido.

Los cuatro últimos veranos los había pasado en unos campamentos. Pensando en ellos recordé toda la gente que había conocido y como ellos habían afectado a mi vida. Ya sea en mayor o en menor grado, todos ellos han hecho de mi la persona que soy hoy.

Tenía en mente diferentes nombres de personas pero en aquellos momentos recordé a dos. Pensaba en como nuestra amistad se había ido deteriorando con el paso del tiempo. De como pasó del punto más álgido a una relación totalmente inexistente.

Durante mucho tiempo intenté rescatar nuestra amistad del olvido pero lo cierto es que tras varios intentos fallidos me di cuenta que no todo el mundo estamos hechos para ser amigos. Compartimos un verano y estuvo bien, pero lo cierto es que para seguir hacia delante con mi camino, ciertas personas deben estar alejadas de mi. Esa era mi opción o quizás la opción que estas personas tomaron.

Sea porque ellos se decidieron alejar de mi vida o porque yo decidí apartarlos, he aprendido una lección. Hay gente que es mejor dejar marchar por tal de seguir con nuestro camino en harmonía y paz. Una vez los caminos se ajuntaron y nos lo pasamos bien pero a día de hoy, no nos podemos ofrecer nada más los unos a los otros. Así que estas dos personas pueden quedarse en California porque yo más contenta que unas pascuas me quedo en Nueva York. Y por muchos años.

Nuevos caminos apareceran.